Ya estamos de vuelta en Shanghai, aunque a punto de dejarla de nuevo en un tren que levita a 400 km/h y que nos llevara al aeropuerto. Estos dias anteriores han sido tan largos e intensos como los previos. Despues del primer contacto con esta ciudad de proporciones desmesuradas, decidimos emprender un pequegno viaje por los alrededores, supuestamente mas rurales y tranquilos. Asi, nos dirigimos a Suzhou, un pequegno pueblo de casi seis millones de habitantes. El tren discurria paralelo a un canal de irrigacion tan ancho como nuestros mejores rios, que sirve a campos de arroz y en ciertos tramos se utiliza como plantacion de flores de loto, muy apreciadas por su fragancia y sus raices comestibles.
Llegados a Suzhou nos dedicamos a visitar su principal atractivo. Se trata de jardines de distintas epocas, desarrollados con un paisajismo romantico en torno a estanques plenos de peces naranjas y tortugas perezosas. En el interior de uno de ellos, de pronto y casi sin darnos cuenta, nos encontramos rodeados de mas de setecientos bonsais, de todas las especies y tamagnos imaginables, una miriada de naturalezas reducidas que segun nos hizo saber un especialista frances que conocimos, era algo desmesurado, que el no habia visto ni siquiera en Japon.

A la caida de la noche, experimentamos la otra faceta de esta ciudad, paseando por un centro plagado de tiendas de moda, en el cual un enjambre de chinos se arremolinaba al ritmo de una musica y un consumo desmesurados. Como ya nos ha pasado antes, nos sentimos observados, y en las tiendas atendidos con excesiva obsequiosidad, quiza por eso los chicos nos compramos trapitos a precios de escandalo.
Finalmente dormimos en esta ciudad en un hotel pulcro, con unas camas que por su tamagno parecian disegnadas para americanos, y no para chinos, en las que repusimos fuerzas para el dia que nos esperaba.
Pablo
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