Dejamos atrás los cedros de las montañas para volver a la ordenada Chandigarh, planificada por Le Corbusier, en la que ya habíamos estado dos días y de la que no os habíamos contado nada. Se trata de una ciudad que se construyó de la nada en la década de los cincuenta, en la joven India, pero que no podría estar más alejada de las oetras ciudades que hemos conocido. Para empezar las vacas están prohibidas. Aunque acusa la falta de mantenimiento de toda la India es una ciudad ordenada, relativamente limpia y de aspecto occidental, que para los no arquitectos tiene demasiado hormigón y para los arquitectos es "muy expresiva". Y ha sido en esta ciudad de amplias avenidas y frondosos parques donde aparte de visitar las obras del maestro de las gafas redondas hemos conocido a varios ejemplares indios muy singulares. En primer lugar sin discusión Narinder Singh, a sus 71 años de edad se proclama el "ángel de los turistas". Es una personalidad del lugar de la que hablan en el New York Times y en numerosas guías, siempre presto a dar regalitos a las mozas (a nosotros sólo abrazos), y única persona en la India galardonada por el Ministerio de Asuntos Exteriores por su contribución a la imagen exterior del país. Pero es que además es ubicuo. De veras. Nos lo encontramos tres veces en tres días no consecutivos en tres lugares completamente dispares.
En segundo lugar el policía cazaturistas, cuyos subalternos tienen órdenes de llevar a los afortunados a su garita, en la cual les obsequiará con un té masala y con batallitas de sus viajes y amigos de Sarajevo.
Y en tercer lugar pero de gran importancia para nuestro acceso al olimpo de las estrellas mediáticas el fotógrafo Vinay Malik, al que hicimos mucha gracia montados en nuestras bicicletas mejorables y nos convirtió en portada del periódico más importante de la ciudad (a todos excepto al pobre Mauro, del que sólo salen sus piernas). Aquí está la prueba.
Dejamos Chandigarh con un momento pánico en el andén primero, donde nuestro tren no tenía nuestro vagón, y otro semipánico en el interior del vagón cuando finalmente llegó, pues dos de nuestras literas estaban ocupadas por un indio impasible y su igual madre. Gracias a la sangre fría de la Wilhelm los desalojamos sin compasión: habían comprado el billete para el día anterior.
A la mañana siguiente en Delhi y tras algún problemilla con el hotel nos fuimos a visitar el Fuerte Rojo y la Mezquita, que si bien eran bastante imponentes no pudieron rivalizar con ese refugio que todos nosotros añorábamos (sobre todo al final de un viaje tan fatigoso), con ese templo de la buena comida, en definitiva, con El McDonalds y su aire acondicionado y sus hamburguesas vegetarianas y de pollo, nunca vaca. Viva el Imperialismo americano! exclamamos todos, llenos de gozo y al unísono, incluso el más reticente Mauro.
Y poco más queda ya. De Delhi a Londres, retrasito incluido, noche en hotel con sábanas blancas a cargo de Virgin Atlantic, momento pánico a primera hora de la mañana (los otros 30 españoles se han ido y no nos han avisado, qué país!), segundo momento pánico en Heathrow pues parece que nos quedamos todo el día, y finalmente un eficiente amiguete de British Airways que nos consigue los ansiados billetes.
Así que estamos de vuelta en Madrid, con los trabajos y obligaciones de nuevo en la cabeza, y empezando a recordar esa India desesperante e intensa, miserable y exuberante, con un punto de nostalgia que ya comienza a crecer.
